“Universidad Internacional de Empresa”, así es como se llama el último de los tantos centros universitarios que la Comunidad de Madrid está pendiente de aprobar (ver los trámites administrativos que se están llevando a cabo aquí). Centros estrechamente vinculados a órdenes religiosas o grupos empresariales. Imposible encontrar un ejemplo más claro y reciente sobre cómo nos gobierna el neoliberalismo como racionalidad política. Gracias a su efecto totalizador, veremos cómo poco a poco nuestras aulas se vacían de la “élite” económica –que no intelectual– dispuesta a pagar a precio de oro una educación que, en ningún caso, se ha probado de mayor calidad que en la universidad pública. Con ello, la gubernamentalidad foucaultiana se impone, y la sociedad se va autorregulando de manera “natural”: diferenciándose por clases.
El discurso neoliberal ha conseguido que el hombre, aparte de estar en guerra con otros hombres, luche también contra sí mismo. Pero si bien esta batalla moderna prescinde de la violencia física, entra en otro plano menos tangible: la competitividad y toda la psicología asociada al éxito y al fracaso empresarial. Se impone así la responsabilidad y agencia de los individuos en todos los aspectos de la vida cotidiana (Martín-Rojo), incluida, por ende, la educación universitaria.
Parece que las universidades tienden a dejar de ser una fuente de conocimiento y pensamiento crítico para convertirse en una fábrica de capital humano, dirigido a servir al sistema capitalista en su complicado engranaje. El conocimiento no se ve tanto como un fin en sí mismo, sino como un medio para poder desarrollar otro tipo de actividades mucho más productivas en términos monetarios. Se instaura así un individualismo que no fomenta sino la segregación y acaba incitando visiones dicotómicas: “el estudiante de la privada es mejor que el de la pública”. Afirmaciones como estas no se asientan en una realidad empírica, sino que se asientan precisamente en las formas de desestabilización social que derivan del neoliberalismo (Laval). El mercado de trabajo, como mando único de la sociedad actual, decide quiénes merecen ser insertados y quiénes han de ser excluidos, abocados a la precarización eterna y la pobreza enmascarada. Así las cosas, no resulta sorprendente esperar que un estudiante de la UIE consiga un trabajo antes que un estudiante de Filosofía de la UAM.
No obstante, esta afirmación no presupone, en ningún caso, que la calidad de enseñanza sea mejor en el sector privado que en el público. Y afirmar lo contrario, sin ningún tipo de justificación más que la ratio de la inserción laboral sería una falacia lógica. Es decir, un argumento que indica oposición y descrédito (Delgado Buscalioni y Catalá Gorgues), con el fin de fomentar actitudes condescendientes y ganar apoyo social, prestigio y, en algunos casos, financiación y apoyo político. Este discurso negacionista se aprovecha así de una visión sesgada, anecdótica, de la realidad en la que se desenvuelve la innovación científica. Pero no podemos olvidar que, si bien los contextos de crisis son propicios para la proliferación de este tipo de discursos, han sido y son las universidades y los servicios públicos de sanidad los que nos han arrojado el salvavidas una vez más. Al pueblo solo lo salva el pueblo, no el mercado.
Sin embargo, quizá nos estemos planteando esta cuestión en un estadio demasiado tardío. La imposición de valores empresariales en los centros educativos comienza mucho antes, en primaria y secundaria. Y no sólo a nivel colectivo (competencia entre centros), sino también a nivel individual (competencias de cada alumno como empresario de sí mismo). Un ejemplo del primer aspecto se puede ver en el trabajo desarrollado por Noelia Fernández, mientras que un ejemplo del segundo puede verse en la implementación de la educación positiva, una herramienta que, vestida de pedagogía, introduce la ideología neoliberal en los más pequeños (Cabanas).
A este respecto, Eva Codó y Andrea Sunyol ya atisbaron modelos de autodiferenciación en los estudiantes de bachillerato internacional respecto de los estudiantes del bachillerato ordinario. Una percepción que se ha extendido, según las autoras, a todos los niveles y por toda la geografía de España. Uno de los factores que fomentan esta práctica viene dada, precisamente, por la enseñanza de las lenguas extranjeras y el prestigio que se asocia a las mismas. Y es que el inglés, como el Rey Midas, convierte en oro todo lo que etiqueta, como demuestra en otro orden de cosas el trabajo de Marta Castillo. De esta manera, cabe esperar que las familias y los estudiantes se vean atraídos por todo lo que lleve la palabra “internacional” en su titulación. Un recurso del que, como se puede observar, se aprovechará la nueva universidad privada en Madrid.
No quisiera terminar este comentario sin señalar el papel de las lenguas en la racionalidad neoliberal. De manera paulatina se nos ha impuesto la necesidad de ser multilingües. El bilingüismo español-inglés es lo mínimo que los estudiantes deben obtener al terminar sus estudios. Esto supone que los centros bilingües sean preferibles a los que no lo son, sin importar que las diversas asignaturas se estudien con mayor o menor profundidad, y sin tener en cuenta la medida en que a los estudiantes se les enseña y se les invita a pensar de forma crítica. Esta presión, no obstante, también se ha extendido al individuo. Es lo que Martín-Rojo denomina los “hablantes hechos a sí mismos”. Individuos que, mediante la inversión en este tipo de educación centrada en los idiomas, busca movilidad social y prestigio, esto es, su propia autocapitalización.
Con todo, vemos cómo el neoliberalismo nos despoja de nuestra esencia más humana: el placer. El placer de aprender artes, historia, filosofía o lenguas en desuso, o de aprender idiomas para conocer nuevas realidades innombrables en nuestra lengua materna y, por tanto, hasta entonces inexistentes en nuestro pensamiento abstracto. Se ha impuesto la dictadura del valor añadido. Nos vemos obligados a no llevar a cabo actividades que quizá no se nos dan demasiado bien o que no tienen utilidad empresarial, pero que nos producen una felicidad pura, lejos de los dictados de Mr. Wonderful. Y en esta campaña participan todos: desde los poderes públicos, hasta las instituciones, las familias o el propio individuo.
Es por ello importante detectar qué aspectos del neoliberalismo se cuelan en nuestra vida cotidiana para poder resistir o enfrentarse a ellos. Hasta hace unos meses, ni siquiera yo era consciente del daño que produce en el individuo y en la sociedad esta racionalidad política. Mucho menos en el ámbito educativo, del que formo parte activa, y en el que he visto una degradación constante a lo largo de los últimos ocho años. Es así que considero que la acción divulgativa del MIRCo es esencial en nuestros días y espero que las compañeras puedan seguir llevando a cabo esta labor con todo el apoyo institucional y financiero que se merecen. Muy a pesar de que sigan proliferando Universidades Internacionales de Empresa.
Comentario a colación del Seminario “¿Cómo nos gobierna el neoliberalismo? Desde las instituciones a la subjetividad”, organizado por el MIRCo UAM (23 de abril al 6 de mayo 2020).